La tristeza es el descanso. Agota
la obsesión por la felicidad. La felicidad es un trabajo. Hay que ejercer el
derecho fundamental a la taciturnidad.
Luchar cansa. De ahí las pequeñas violencias diarias. Cada “no” es
eterno en su pequeña transitoriedad. ¿Por qué no toleramos puertas cerradas ante nuestras
narices? Porque queremos tener visas
para esos pequeños países personales que nos están vedados. No comprendemos cuando del otro lado hay silencio. Es un fantasma temible que deseamos exterminar, invadiéndolo.
Hay que poder estar triste y
cansado, enfermarse un poco, un poco nada más. Hay una moda maníaca, un apego
maligno a la alegría.
Por eso es deseable y perfecta la
tristeza. O quizás sea un ansia de una infinita aceptación, de un abrazo ciego
que abarque toda nuestra oscuridad.
Geraldina Mendez
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